Me encadenaste sin darte cuenta, sin darme cuenta.
Me encadenaron promesas, historias varias, cuentos a medias.
Me encadenaron las promesas a las que prometí que nunca mas caería en ellas.
Me encadenaron el terciopelo y la lija, porque nada hacia mas daño que oír tu voz cuando raspaba contra mis oídos.
Me encadenaron unas teclas.
Y varios sonidos.
Me encadenaron de nuevo palabras, que ellas solas se arrojaban por mis precipicios.
Pero antes de caer al agua se enganchaban, como evitando el separarse del cielo.
Y tus palabras las tendían la mano, para que no cayeran y luego.
A la hora de la tormenta, la tormenta como en la Odisea.
Las precipitaras tu al vacío.
Dejándolas huecas.
Sin sentido.
Como un libro sin dedicatoria.
Como una botella sin compañía.
Como un trébol sin su cuarta hoja.
Como un perfume sin dueña.
O como unos colmillos sin una boca en la que descansar.
Como todas esas frases de Paris sin luces o Roma sin ruinas.
Como yo sin mi poesía.
Me encadeno como siempre otro precipicio a una clavícula, sin señales de advertencia o de salida.
Me encadeno una sonrisa tímida.
Y unos nudillos demasiado finos para pegarse contra la vida.
Me encadene sin mirar ninguna señal de advertencia.
Me volví a encadenar yo misma.
A otra sonrisa.
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